Thursday, April 30, 2015

El Drama de las Chicas Modernas / Gerardo Arenas

Hace siete años, Emmanuel Horvilleur daba a luz una canción muy pegadiza, llamada Radios, que en una de sus estrofas dice:

¿Y dónde están esas chicas modernas que escuchan sólo música que está por venir? Nos encanta lo mal que se portan y lo bien que saben mentir.

     Aunque muchos puedan considerarla como una chuchería –tanto desde el punto de vista musical como desde la perspectiva poética–, no es nuestra intención emitir aquí un juicio estético al respecto. En cambio, nos proponemos leerla como una aserción acerca de nuestra cultura, y así veremos que ella encierra las claves de un verdadero drama. En otras palabras, creemos que vale la pena tomar en serio tanto la pregunta como la afirmación que estos cuatro versos contienen.





Las Chicas No Nacen Modernas

     ¿Dónde están esas chicas modernas? Ésta es, en verdad, una buena pregunta. De hecho, para que sea posible plantear semejante pregunta, es obvio que esas chicas no deben de estar a la vista –quizá porque, del universo de chicas que pululan por el mundo, el conjunto de las modernas es tan pequeño que pasa desapercibido, o quizá porque ellas no andan por allí como las demás. En cualquiera de los dos casos, la conclusión es que esas chicas constituyen una reducida minoría. Pero que las hay, las hay. ¿Cómo reconocerlas, entonces? La canción nos da algunas pistas: ellas deben escuchar sólo música contemporánea (y tan nueva, pero tan nueva, que aún no existe), portarse mal, y saber mentir bien; en otras palabras, deben correr tras la novedad estética y alejarse de los cánones morales tradicionales. Por sí solo, esto ya nos indica que ser una chica moderna requiere una buena dosis de trabajo. Las chicas no nacen modernas por el mero hecho de haber nacido en esta época: para llegar a ser verdaderamente modernas, deben poner algo de su parte. Ser una chica moderna revela así ser una aspiración o un ideal que sólo algunas abrazan y que no todas alcanzan. Tal vez por esta razón no constituyan más que una reducida minoría.

     Poco antes de que Horvilleur estrenara su canción, César Aira mostró esta constelación de cosas en una de sus novelas (o “novelitas”, tal como él las denomina). Yo era una chica moderna cuenta la historia de dos íntimas amigas que se jactan, precisamente, de ser modernas. No les resulta fácil. Deben salir y meterse en mil aventuras para mantenerse a tono, por supuesto, y también porque están muy aburridas. Pero la protagonista narradora necesita, sobre todo, encontrar el amor: un amor que sea verdadero como el que su amiga ya encontró, y no un amor descartable como el que Virus cantaba. (Recordemos que esa canción de Virus, Amor descartable, acunó a quienes hoy son chicas modernas o aspiran a serlo.)


     Estas breves pinceladas nos permitirán apreciar en qué consiste el drama fundamental de las chicas modernas. Y para eso convendrá tomar nota de algunos caracteres del mundo en que ellas viven… y nosotros también.


Obsolescencia Inmediata Generalizada

     Volvamos a la canción de Horvilleur, y detengámonos en la hipérbole que comete al decir que las chicas modernas “escuchan sólo música que está por venir”. Sería imposible ilustrar mejor en qué consiste el imperativo fundamental contemporáneo: ¡Goza de lo nuevo! Llevado al extremo, ese imperativo obliga a no gozar más que de aquello que recién ha salido del horno; con sólo exagerar un poco, llevaría a gozar exclusivamente de aquello “que está por venir”. Y esto es lo que afirma la canción –que, desde esta perspectiva, realiza un diagnóstico al mismo tiempo irónico y exacto.

     ¿De dónde proviene ese imperativo, sino de esa suerte de discurso que hoy predomina en el mundo, y al que solemos llamar capitalista? En su fase actual, el capitalismo empuja a que un auto pierda gran parte de su valor con sólo recorrer un kilómetro, a que el último modelo de celular torne vetusto al anterior, y a que el vestidito top de esta primavera sea una antigualla de mal gusto en el otoño siguiente. Al igual que el periódico del día de ayer, todos los objetos se vuelven obsoletos de inmediato.

     Ochenta años atrás, alguien sugirió que el remedio para la depresión económica mundial era fabricar productos que, en vez de ser tan perfectos que duraran mucho, tuvieran defectos que los hicieran durar poco. Sin embargo, esa obsolescencia programada se ha tornado, a su vez, obsoleta. Hoy en día ha sido eficazmente sustituida por el empuje cultural a gozar de lo nuevo. La gente ya no compra zapatos nuevos porque los que tiene estén gastados, así como no cambia de computadora porque la que posee haya dejado de funcionar. Lo hace porque se le impone lo nuevo, siempre lo último, y, de ser posible, lo que aún está por venir.

     El empuje a gozar de lo nuevo no significa diversión garantizada. Por el contrario, demanda mucho esfuerzo (medible en tiempo, trabajo, y dinero) y, con frecuencia, es la causa de una peculiarísima forma del aburrimiento –el mismo aburrimiento que aqueja a las chicas modernas que protagonizan la novelita de Aira. Lacan dio en el clavo al enlazar el aburrimiento con el deseo de otra cosa. Pero dejarse llevar por el impulso de gozar solamente de lo nuevo no es más que una pantomima del deseo, y puede llegar a matarlo… de aburrimiento, ¡y por cansancio! La frase ¡Ya me aburrió! es rápidamente aplicable a cualquier objeto, y esto incluye a los eventuales partenaires con los cuales las chicas modernas puedan establecer algún tipo de vínculo erótico. El amor descartable y la relación sin compromiso son, de hecho, efectos colaterales del capitalismo –que así modela, en gran medida, el modo en que nos enlazamos con los demás.

     En este sentido, no ha de considerarse como un mero detalle el hecho de que la narradora de Yo era una chica moderna trabaje en una de las tantas empresas que fueron privatizadas durante los años noventa, es decir, durante la época en que se pergeñó esa funesta precarización de los contratos de trabajo que, eufemísticamente, fue llamada “flexibilización laboral”. (Por otro lado, notemos que, gracias a esa precarización, resultó más fácil descartar también a los trabajadores.)

Mundo Macho

     Parece estar de moda decir –y se lo repite con insistencia– que nuestra época está caracterizada por una feminización del mundo. En apoyo de esta descripción se invocan argumentos de lo más variados, que, más allá de su mayor o menor pertinencia, no siempre son compatibles entre sí. No obstante, lo que acabamos de discutir permite abonar, más bien, la hipótesis contraria, es decir, la de una verdadera masculinización del mundo en que vivimos.

     De hecho, la adjudicación de un valor de “fetiche” a ciertos objetos del deseo siempre ha caracterizado a la posición sexuada masculina. Los targets de esa fetichización pueden ser tanto los automóviles y los celulares como los culos y las tetas, para decirlo sin tapujos, y es además consabido el carácter sustituible de esos objetos, por lo cual el deseo masculino puede convivir sin problemas con la labilidad del lazo establecido con dichos objetos y ser relativamente independiente del amor.

     Ahora bien, dado que el accionar conjugado de la ciencia y de la tecnología hoy se suma al empuje del mercado para dar lugar a una inédita proliferación de objetos fetiche (descartables por su obsolescencia instantánea), cabe decir que, en este sentido, nuestro mundo se ha masculinizado en extremo. Para los hombres, esto no trae aparejado ningún inconveniente; al menos, no puede alegarse que constituya una novedad. Debido a eso, ellos pueden decir, en referencia a las chicas modernas:

nos encanta lo mal que se portan y lo bien que saben mentir…

     Por lo tanto, en este aspecto los hombres pueden sentirse representados por el protagonista de El lado oscuro del corazón, que, accionando un botón, hacía desaparecer de su cama a cada mujer que no poseyera el atributo fetiche que para él constituía una condición sine qua non. (Dicho sea de paso, esa película de Subiela es otro hecho artístico aparecido en la década neoliberal argentina, e ilustra a la perfección cuán complicada es la búsqueda de un amor que no sea descartable.)

     Pero ¿qué pasa con esas chicas que se portan tan mal y que mienten tan bien? ¿Hay acaso alguna consonancia entre ese modo moderno de ser y sus aspiraciones propiamente femeninas?

     Sin duda, las mujeres no son inmunes al encanto de los objetos fetiche, y esto incluye, por supuesto, a las chicas modernas. Pero cuando del amor se trata, lo esencial, para la gran mayoría de ellas, no pasa por allí. El estilo femenino de establecer lazos amorosos con el partenaire no encuentra fácil cabida, pues, en este mundo macho.

     De hecho, tanto para las mujeres como para los hombres, el amor mismo, en la medida en que se lo pretenda no descartable, se lleva mal con el imperativo contemporáneo, a tal punto que puede llegar a convertirse en un síntoma, ya que va a contrapelo del desapego requerido para poder gozar siempre de lo nuevo. Así lo describe la canción de Virus cuando dice:

Vos sos mi obsesión, [y]quiero estar libre para un nuevo amor.


El Drama de las Chicas Modernas

     De este modo, tenemos a mano las principales claves del drama propio de toda chica moderna.

     Para gustar a los hombres y responder al imperativo actual, las chicas modernas deben tomarse el trabajo de correr detrás de lo nuevo, dar muestras de un profundo desapego libidinal, y sintonizar con el modo descartable del amor contemporáneo. En esto, pues, su vida erótica se masculiniza. Pero, a menos que ellas acepten renunciar a su modo femenino de gozar, de desear y de amar, el conflicto se torna inevitable. Por disparatada que sea la novelita de Aira, cualquier lector atento percibirá que ese conflicto constituye su verdadero meollo.

     El siglo XX fue testigo de una gran liberalización de las costumbres y de una significativa merma en la represión social de la sexualidad. Pero estos dos factores no han erradicado lo que Freud denominó el malestar en la cultura. Así lo resumen, muy certeramente, otros dos versos de la citada canción de Virus:

Es el mundo tan poco sensual  que no puedo aliviarme.

Hoy en día, ese malestar simplemente ha cambiado de forma. Y el drama de las chicas modernas lo ilustra a la perfección.

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Gerardo Arenas
[Psicoanalista]
Titulo: "El Drama de las Chicas Modernas"
Tomado de: Virtualia.eol.org.ar (Revista Digital de la Escuela de Orientación Lacaniana)

Video:
Emmanuel Horvilleur (1975 - Presente)
[Cantante Argentino]
"Radio"

La Mujer de Piedra (Fragmento) / Gustavo Adolfo Becquer

(...)

Por grande que sea la impresión que me causa un objeto expuesto de continuo a la mirada del vulgo, parece como que debilita la idea de que tengo que compartirla con otros muchos. Por el contrario, cuando descubro un detalle o un accidente que creo que ha pasado hasta entonces inadvertido, encuentro cierta egoísta voluptuosidad en contemplarlo a solas, en creer que únicamente existe para mi guardada, a fin de que yo lo aspire y goce su delicado perfume de virginidad y misterio.

(...)

Yo aún guardo el recuerdo de la imagen de piedra, del rincón solitario, del color y de las formas que armoniosamente combinados, formaban un conjunto inexplicable, pero no creo posible dar con la palabra a una idea de ella, ni mucho menos reducir a términos comprensibles la impresión que me produjo.


(...)

Inmóvil, absorto en una contemplación muda permanecía yo aún con los ojos fijos en la figura de aquella mujer cuya especial belleza había herido mi imaginación de un modo tan extraordinario.

(...)

¿Porque durante los catorce o quince días que llevaba de residencia en aquella población, aunque continuamente estuve dando vueltas sin rumbo fijo por sus calles, nunca tropecé con aquella iglesia y aquella plaza? Y desde la tarde que la descubrí, todos los días, cualquiera que fuese el camino que emprendiera, siempre iba a dar a aquel sitio, es lo que yo no podre explicar nunca, como nunca pude darme razón, cuando muchacho, de por qué para ir a cualquier punto de la ciudad donde nací era preciso pasar antes por la casa de mi novia. 





(...)

Más de una vez, deseando llevar conmigo un recuerdo de ella, intente copiarla. Tantas como lo intente, rompí en pedazos el lápiz y maldije la torpeza de mi mano, inhábil para fijar el esbelto contorno de aquella figura.

(...)

Indudablemente, la fisonomía de aquella escultura reflejaba la de una persona que había existido. Podían observarse en ella ciertos detalles característicos que solo se reproducen delante del natural o guardando un vivisimo recuerdo. Las obras de la imaginación tienen siempre algún punto de contacto con la realidad. Hay una belleza típica y uniforme a la que, así en lo bueno como en lo malo, se nota cierta tendencia en el arte. El placer y el dolor, la risa y el llanto.

(...)

La belleza de aquella Mujer rompía con todas las tradiciones: Era hermosa sin ser perfecta, ofrecía rasgos tan propios como los que se observan en un retrato de la mano de un maestro, el cual tiene santa personalidad, por decirlo así, que aún sin conocer el tipo a que se refiere, se siente la verdad de la semejanza.

(...)

Cada mujer tiene su sonrisa propia, y esa suave dilatación de los labios toma formas infinitas y perceptibles apenas, pero que sirve de sello. 




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Gustavo Adolfo Becquer (1836-1870)
[Poeta / Narrador Español]
Fragmentos de: "La Mujer de Piedra"
Tomado de: "Leyendas"


Arte: 
Pierre Gustav Klimt (1862-1918)
"Mujeres"